jueves, 27 de agosto de 2009

Como una carretera...


Siempre me han sorprendido los hermosos contrastes de la vida. Resulta que cuando más palabras necesitas, no te las da quien tu deseas sino quien menos esperas.
Una tarde me senté en la entrada de un parque, simplemente mi cuerpo sintió la necesidad de refugiarse bajo el sol. Pensaba en lo absurda que suelo ser la mayoría de las veces, pero eso día mi angustia tenía razones diferentes: me sentía mediocre. La nostalgia era evidente hasta para los pájaros, sin movimientos y con una mirada profunda me abandoné a mis pensamientos. Que tranquila parecía yo para los pájaros, pero sino hubiera sido por aquella presencia, tengo la seguridad de que los pájaros se habrían establecido en mi cabeza decorando sus nidos sin percatarse de que las ramas de aquél árbol eran de carne y hueso.
Imprecisa miré a aquella mujer - sin soltar mis pensamientos-. Ella me miró profundo. ¡Qué mirada! Recorrí el contorno de sus ojos de principio a fin y me perdí intentando encontrar de nuevo su principio. Me detuve en sus cejas, tan delgadas e infinitas, como una carretera (curvilínea y recta). Me trasladé a ellas cargando mis pensamientos, olvidé mi angustia mediocre y de mediocre, me sentí libre. 
Debió ser profunda mi fantasía en aquél camino que rompí violentamente mi ilusión, me dio miedo perderme en el camino, en las cejas, de no aprender a salir de él. Bajé la mirada y desilusioné a los pájaros al romper, como yo, la ilusión su nuevo árbol. Columpié mis pies para lograr correr de mi cuerpo y mi cabeza la tentación de querer volver a ese camino tan único. Tuve la seguridad de que mis tentaciones salieron de mi cuerpo, las vi salir como cuando un niño tiene la valentía de saltar en el aire de un columpio, pero fui traicionada por mis propias tentaciones, las vi correr al cuerpo de la señora con cejas de camino. La llenaron a ella de deseos de mirarme y regalarme un momento más de fantasía absurda pero plena.
-¿Qué estudia usted, señorita?, preguntó su boca, y yo la miré. Me perdí de nuevo en su camino, esta vez llevaba conmigo una maleta, me sentí segura de querer renunciar a todo, de mudarme por completo a ese sueño diurno.
Mi cuerpo sentado frente a ella pero a la vez viajando en el camino de sus cejas contesté cualquier cosa, no me importó. De alguna manera le hice saber sobre mi estado mediocre, ella mintió tanto como yo en sus respuestas. Nos hicimos cómplices, por que a través de nuestras miradas nos confesamos mentir. Ella, me dio la oportunidad de hacerme creer por un momento que yo era la persona que siempre había deseado ser, cargó mi mediocridad por un instante y cuando fue su momento de mentir yo cargué la de ella. Ella viajó en mis cejas también. Nos perdimos en aquél instante regalado por un ajeno, en el que olvidamos lo que no somos y nos entregamos a la contemplación. Nadie sintió culpabilidad de mentir ni de fingir por que fuimos más nosotras mismas que en muchas ocasiones de nuestra vida, hasta ahora absurda. Después de todo, como aquella mujer me dijo, -¨La vida, simplemente se da¨. 

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